Cómo una política pública puede ver a la próxima generación
Nuestro país tiene dimensiones continentales, 8,5 millones de kilómetros cuadrados, y aunque nos declaramos una nación cuya identidad está marcada por una histórica, cultural y étnica, nuestras realidades contrastan a poca distancia y, al mismo tiempo, se hace palpable la devaluación del concepto de la palabra comunidad. Garantizar que todo el mundo tenga acceso a las mismas oportunidades es un reto hercúleo, ya sea en educación, sanidad, seguridad, oportunidades laborales o cualquier derecho social garantizado en la Constitución, siempre hay escenarios discrepantes.
Si consideramos cuestiones de clase, género, edad, situaciones incapacitantes y privación de oportunidades, observamos que las barreras parecen infranqueables, nos faltan herramientas; políticas públicas; iniciativas humanizadas que valoren las capacidades y habilidades de cada individuo, reprimiendo el abismo socioeconómico establecido por el capitalismo hace años, así como la desigualdad social en todas las nomenclaturas que le pertenecen
¿Qué es la inclusión social?

La inclusión es el acto de integrar, aceptar y compartir, es decir, añadir personas a grupos y centros a los que antes no pertenecían. Es un proceso que pretende garantizar la igualdad de todos los miembros de una comunidad.
Nuestra comprensión y aceptación de las diferencias, tener el privilegio de convivir en núcleos diferentes, abrazar las particularidades de cada individuo, transmitir un sentimiento de pertenencia; esto podría definirse como inclusión; es más que un concepto o un derecho garantizado por la ley, es humanizar, proteger, construir la confianza de un ser vulnerable, es hacer de una persona vulnerable un ciudadano.
que antes estaban marginados.
Esta integración debería ser el objetivo de las sociedades democráticas, tener una comunidad cohesionada que respete la diversidad, con oportunidades para todos. Sin embargo, esta utopía puede estar aún muy lejos, y éste no es un artículo político, la idea es arrojar luz sobre una de las herramientas que pueden utilizarse como inicio de un largo viaje en busca de esta condición ideal, el deporte.
El deporte como fin, pero el trabajo como medio.
A través del deporte, aprendemos respeto, entendemos lo que es el colectivo, aumentamos nuestra autoestima, empezamos a confiar en nosotros mismos, aprendemos disciplina y a cuidar nuestro entorno. El objetivo de un niño que juega al fútbol es marcar un gol, es el pináculo del juego, la cúspide, pero automáticamente comprende que no podrá cumplir ese objetivo a menos que sus compañeros de equipo le ayuden, y que ayuden a sus compañeros de equipo, independientemente de su tamaño, sexo, credo o raza, son un equipo, un grupo de personas con distintas habilidades, que trabajan por un objetivo común.
El deporte tiene el poder de cautivar, de motivar, si se dirige de la forma adecuada, una simple clase de ballet puede tener un efecto duradero en toda una comunidad, el sentido estético necesario para esa práctica, el pelo bien atado y peinado, la postura, la ligereza necesaria para realizar movimientos que requieren una fuerza absurda, chicas y chicos que se están esforzando, pero más que eso, están aprendiendo la importancia de cuidar de sí mismos, y esto desencadena un efecto dominó: no puedes llegar a esa clase con toda la alineación necesaria si tu mochila y los objetos que llevas dentro no están en orden, y no conseguirás ese orden en una habitación desordenada, esa habitación no puede ser la única habitación ordenada de la casa, y así se crea un círculo virtuoso de acciones, que conducen al crecimiento y maduración de seres humanos mejor preparados para los siguientes pasos.
Faltan programas y propuestas capaces de despertar el orgullo de quienes, de alguna manera, contribuyeron a construir lo que hoy somos

Cuando hablamos de inclusión a través del deporte, nuestra primera imagen son nuestros pequeños, pero si pensamos en la longevidad de la población, nos enfrentamos a los problemas de las personas mayores, me refiero a la reclusión que se produce cuando se jubilan sin una planificación previa, lo que conlleva una falta de proyectos y objetivos, provocando problemas recurrentes de salud mental, generando consecuencias psicosomáticas, enfermando a los que aún pueden ser productivos. Faltan programas y propuestas capaces de despertar un sentimiento de orgullo en aquellos que, de alguna manera, contribuyeron a construir lo que hoy somos, ofreciendo la interacción con individuos diferentes, de procedencias diversas, dando lugar al hábito de moverse, de cuidar la salud, de estar al aire libre, lo que rescata la autoestima y el bienestar. Un paseo, un estiramiento, una partida de ajedrez en la plaza… todo esto puede añadir años a la vida de alguien que ha trabajado toda su vida y quizás, hace años, no tuvo la oportunidad de disfrutar de las cosas sencillas de la vida.
El deporte es un elemento de transformación que puede y debe utilizarse como plataforma para promover la inclusión. Los valores que aprendemos en el deporte los trasladamos a nuestra vida, pero obviamente no todo son flores, tenemos varios retos en este tema, a veces falta infraestructura, faltan profesionales formados, falta un conocimiento amplio de las ramificaciones que puede traer la práctica deportiva, faltan campañas de concienciación, pero a pesar de todas las carencias que he enumerado, en nuestro país tenemos un material humano inigualable, somos un pueblo con talento, un pueblo perseverante, así que ¿por qué no estructurarlo?
La idea no es reinventar la rueda, sino hacerla girar con las piezas que ya existen

Tenemos multitud de instalaciones deportivas públicas en estado de deterioro y ruina que podrían ser explotadas de forma más rentable, tenemos miles de profesionales de la educación física que se beneficiarían de disponer de estos espacios para su uso, y a cambio pueden hacerse cargo del mantenimiento de los espacios, así como destinar horas a proyectos de servicio social, colectivos y similares, de forma gratuita, dejando de tener la barrera económica para la práctica deportiva.
No se trata de reinventar la rueda, se trata de hacerla girar con las piezas que ya existen, tenemos al público, tenemos las leyes de incentivos, tenemos los espacios, tenemos a los profesionales, así que sólo queda hacer girar los engranajes con políticas públicas que favorezcan la creación de esta relación.
Hay innumerables razones para acercar el deporte a otros proyectos de inclusión social. También es necesario acercar el deporte al sistema educativo, no podemos seguir pensando de forma superficial, tenemos que ver el panorama completo, tenemos que enseñar a pescar, no sólo darles el pescado. Este modelo de utilizar el deporte como herramienta de educación, inclusión, salud, longevidad, salud mental, bienestar, ya se utiliza en todo el mundo, en los países más desarrollados, y prospera, prospera porque funciona. Los resultados son mensurables, se crea un nuevo horizonte para los implicados, se gana perspectiva, que es un bien cada vez más escaso, precisamente en los ámbitos que más lo necesitan.
Todo niño se ha visto un día en el podio, recibiendo trofeos, siendo aclamado, una vez que mantenemos vivo ese sueño, que utilizamos esa motivación para enseñar valores a lo largo de este proceso, los sueños pueden cambiar, pero ese deseo de sentirse realizado no, esa visión infantil de que todo es posible permanece, y en el mundo cínico en el que vivimos, ya tenemos demasiados elementos diciendo que no es posible, pero lo que el deporte enseña es que debemos escuchar esa voz interior, y no al resto del mundo. Al fin y al cabo, todos fuimos niños alguna vez, todos seguimos teniendo ese niño dentro de nosotros, independientemente de la edad, el sexo, el credo, la discapacidad o el saldo bancario, ese niño sigue vivo y probablemente siga siendo el portador de nuestros recuerdos y sueños más entrañables. Como sabiamente dijo Pitágoras: «Educad a los niños para no tener que castigar a los adultos».