Se dice que fue un «soldado», metáfora de la voluntad guerrera y monástica del espíritu de servicio
Agostinho da Silva (1906-1994) se dio alegóricamente a sí mismo el apodo de «marinero», figura de un argonauta al timón que supera tempestades y tormentos, sometiéndose a la disciplina del mar y desprendiéndose de las cosas viles para ejercer y confiar en la libertad absoluta de ser él mismo, siendo el mundo entero, porque «el hombre sueña, la obra nace». No importa si es una «vida corta», lo importante es ser grande para el «largo mar», porque «Navegar es necesario; vivir no». Puesto que todo ser navegante está interesado en aprender a navegar -concebido como una acción dramática de aprender a ser autor y actor de su Ser-navegante-, era sin duda un hombre con Alma Oceánica.
Se dice que era un «soldado», metáfora de la voluntad guerrera y monástica del espíritu de servicio, que actuaba de forma ordenada e integradora para despertar la vocación de las personas a ser poetas en general, cumpliendo esta misión con todo su corazón y todo su intelecto. Personalidad de «vida convertible» que «no se limitó a tener ideas, sino a ser las ideas que tenía», se dio la oportunidad de hacer de su vida una obra en diálogo en la que los opuestos armonizan, porque el verdadero entendimiento se produce cuando la unidad es variedad. La variedad en la unidad es la ley suprema del universo.
Incapaz de sentirse cómodo en el «estilo de lo previsible», Agustín nunca se rindió ante hechos que no fueran ciertos y supo rechazarlos cuando contradecían su propia naturaleza, que es la de la libertad plena, infinita e ineludible. También fue un «caballero andante» de asombrosa erudición y agudo sentido político, que difundió en diversos ámbitos su pensamiento poético, basado en el conocimiento filosófico y espiritual, que tiene el potencial de inspirar y guiar a las personas. Como un «genio», contagiaba a todos un espíritu insólito, libre de las limitaciones del tiempo y del espacio.
Agustín fue «un amable pastor de sueños, un enérgico y paciente jardinero de esperanza»
[lusofônica] [inflamada e inflamante]Fiel a sus ideas diversas y complejas, muchas de ellas paradójicas, y a su filosofía polifacética, entregada a un cierto pensamiento crítico – que ha hecho mucho por discutir la cultura lusófona , la lengua portuguesa , que se ha convertido en un código lingüístico integral, demarcando un territorio específico que se ofrece como forma de llevar a cabo todo tipo de actividades, ya sean políticas, científicas, medioambientales, culturales o pedagógicas – y fiel a la Ética, base de la conducta humana y del ecumenismo, cumplió así su deseo de ser «maestro» de una vida segura y convertible sumada a la belleza del mundo.
Precisamente porque era consciente de la barbarie que se extendía por el mundo desde hacía mucho tiempo y que a menudo se fomentaba de forma execrable, Agustín, siendo «un amable pastor de sueños, un enérgico y paciente jardinero de esperanza», reclamaba una «república humana y universal», regida por los dones del Espíritu Santo [o ser irmão do mundo] e impulsada por una «aristocracia del corazón», en la que todos los hombres, sin distinción, fueran libres de disfrutar tanto de los placeres materiales (alimentación, educación, salud y ocio) como de los placeres espirituales, porque, ahora mismo, deberíamos (y necesitamos) avanzar hacia una era en la que la estructura económica garantice la libertad de ser quien eres en el «ocio creativo».
Cultura de Paz (tantas veces anunciada): estructuras democráticas y compromiso planetario
[análoga às “Índias interiores”] En este camino agustiniano, cada uno podría aportar su «chispa de fuego» para propiciar un tiempo de confianza en uno mismo y de respeto a los demás, haciendo de toda la vida un re-ligare y una manifestación del arte y de la ciencia. Esto no sería más que la instauración de la Fraternidad Universal, el equivalente de la instauración de la Cultura de Paz (tan pregonada hoy en día): estructuras democráticas y compromiso planetario, despojándose de los refinamientos materiales y de la vida cotidiana superflua del hombre moderno.
Ésta es la fuerza agustiniana del destino: una energía intrínseca conectada a una esencia más profunda que impulsa a cada individuo hacia un destino único de contribución a un bien mayor justo, compasivo y espiritualmente enriquecedor, y a una expresión y realización significativas que trascienden las limitaciones (auto)impuestas. En este camino de sueños y esperanza, de que «el mundo siempre acaba haciendo lo que soñaron los poetas», Agustín desafió la mentalidad de su época (por entonces una modernidad antimoderna), predominantemente materialista, competitiva, individualista, tecnicista y tecnocrática, sumisa a la tiranía de la ley y a los dictadores financieros.
En la época de la bonanza agustiniana, todos tendrían garantizados los derechos humanos, la equidad y la solidaridad compasiva. [em seu potencial humano]Esto corresponde a la consolidación del Reino del Espíritu Santo, donde se establecería un estado de conciencia colectiva elevada (una era de realización de la ecumene en la que los seres humanos trascenderían los límites y se unirían en una búsqueda común de la libertad y la igualdad de derechos), un periodo de renovación cultural que implicaría a toda la humanidad , restaurando la ética y los valores universales, en contraposición a la decadencia y el desequilibrio moral, el materialismo y la corrupción de las sociedades contemporáneas conformadas a la mismidad de la homogeneidad. [porque necessária para realizamo-nos como humanidade] Aunque este reino se nos aparezca como una metáfora filosófica agustiniana, es una utopía de lo posible llena de una tónica discursiva de la conciencia de la civilización, mediada por la democracia y la justicia, id est, la crítica del presente y una nueva disposición de los elementos presentes para dar lugar, renovados, a otra «aurora primaveral de libertad ideal», porque «lo verdaderamente tradicional es la invención del futuro».
El poder de cambiar el mundo reside en nosotros y no en las estructuras del sistema.
No se puede vivir fuera del sistema, pero es perfectamente factible no dejarse engendrar por él, porque «lo importante es no dejar nunca de cuestionar», y Agustín lo hizo muy bien en su continuo modo aletopoyético, desafiando los paradigmas establecidos porque era un libre pensador que no se sometía a limitaciones dogmáticas ni a rígidas fronteras del conocimiento. Por lo tanto, cualquier transformación dependerá de la reforma de las mentalidades para movilizar la acción cooperativa con el fin de acabar con el miedo, las armas, la represión y la tiranía de la ley. Es en nosotros, y no en las estructuras del sistema, donde reside el poder de cambiar el mundo, de dar a luz a otra organización humana más perfecta, sin restricciones culturales, sin coacción gubernamental, sin propiedad de hombres y tierras. Todo esto puede lograrse gradualmente y mediante el esfuerzo fraternal de todos en el poder del destino.
[integral] Esta fuerza del destino era crucial, era como una guía que incluso impregnaba la idea de Agustín de una Educación de convergencia constructiva del conocimiento [el bien supremo, porque es la clave de todos los bienes] para la reinvención de nuevos horizontes y para la libertad, de modo que el individuo no fuera una simple rueda de máquina, resistiendo a cualquier tipo de sometimiento que impida pensar y tomar iniciativas, sino un justiciero en defensa de los oprimidos.
En cuanto a los educadores, les dio la responsabilidad de alimentar y guiar esta fuerza del destino en cada alumno
Su enfoque pedagógico, alineado con los valores humanistas, los principios filosóficos y la espiritualidad, abarcaba las posibilidades de comunión y la comprensión de la complejidad humana con implicaciones concretas para la vida cotidiana, promoviendo una educación intelectual estrechamente vinculada al desarrollo emocional, social, cultural y espiritual del individuo, dándole la oportunidad de descubrir al máximo sus cualidades y, al mismo tiempo, integrándolo más profundamente en el grupo social. En cuanto a los educadores, les dio la responsabilidad de alimentar y guiar esta fuerza del destino en cada alumno, proporcionando un entorno que fomentara la búsqueda interior y el descubrimiento del propósito de la vida en la comprensión más profunda de la existencia. Esto significaba ir más allá de la mera transmisión de conocimientos académicos para cultivar una educación que despertara la curiosidad, la pasión y el compromiso con valores más profundos y nobles.
Con especial atención a los niños, el maestro Agustín decía, con humildad intelectual, pero con una «sabiduría que trascendía el intelecto», que necesitamos una educación abierta a la naturaleza, fuente de inspiración y aprendizaje; centrada en el juego, la creatividad, la expresión artística, la cultura de la escucha activa y el diálogo, porque «el mundo avanza en la medida en que alguien pregunta» para pensar siempre lo impensado. La actualidad de sus apuntes pedagógicos sobre las prácticas educativas es inequívoca y corrobora la necesidad de transformar las mentalidades, lo que implica revisar las estructuras políticas y sociales que descuidan la dimensión humana, el Ser del ser humano.
Agostinho también previó el futuro de un bloque de colaboración económica que acabaría uniendo a África (continente), Brasil y China, formando lo que denominó la «política ABC».
Agustín, un ser excepcional -un «hombre total» o un «hombre de mundo»- dejó aparecer su «espíritu desbocado», cumpliendo «el proyecto del sueño o el sueño del proyecto» o lo que yo llamo la razón que sueña o el sueño de la razón, dándole un ethos desbordante. Como gran visionario que era, previó el colapso de las colonias portuguesas y trazó las directrices de la política exterior independiente de Brasil, no sólo en Asia, sino también en África.
Aparte de todas las atribuciones dadas a Agostinho da Silva por un enorme número de investigadores que han analizado su obra y de las ya mencionadas, es inevitable atribuirle a él – que «fue el portugués más notable de la segunda mitad del siglo XX, como Fernando Pessoa lo fue de la primera». la genial idea de crear la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), fundamental para la Lusofonía que él imaginó como solidaridad entre comunidades transcontinentales, multiétnicas y multiculturales.
También vislumbró el futuro de un bloque de colaboración económica que, con el tiempo, uniría a África (continente), Brasil y China, formando lo que denominó la «política ABC» y a la que dirijo esa fuerza del destino, resignificándola: una llamada a entrelazar rutas comerciales que, al impulsar el desarrollo potencial de cada región, promoverían una relación más solidaria y colaborativa hacia objetivos económicos compartidos y, en consecuencia, propiciarían una transformación social positiva que incluiría a todas las partes implicadas. Agostinho expresó su convicción de que el continente africano sería «la gran tierra del futuro», con la participación de Brasil y China, y reuniría todas las condiciones para un gran desarrollo.
______________________________
«Es posible emparejar el acrónimo ABC con el acrónimo BRIC, creado en 2001 por el economista Jim O’Neill de Goldman Sachs, cuyas siglas hacen referencia a Brasil, Rusia, India y China. Más tarde, se añadió la letra «S» para referirse a Sudáfrica. Quizás los BRICS redibujen los polos de desarrollo en el sistema internacional mediante la formalización de acuerdos y medidas económicas similares en un mundo que ya es multipolar, frente al escenario imperialista que necesita combatir.»
Agostinho estaba convencido de que Brasil es el modelo del futuro en términos de mezcla de poblaciones.
Fue gracias a la inventiva de Agostinho que Brasil pudo reconocer sus raíces luso-africanas y que el motor de su afirmación en el mundo sería la lengua portuguesa, sobre todo, en un nuevo paradigma civilizatorio de simpatía humana, imaginación artística, sincretismo religioso, apetito por la vida, inclusión social y renacimiento cultural. Estaba convencido de que Brasil es el modelo del futuro en cuanto a mezcla de población y nos convenció de que lo que hace a Brasil es su diversidad. En otras palabras, Brasil es una cierta invención insólita de patria y país que concibe una raza mezclando las otras. Creía que Brasil tenía un futuro prometido, siempre que, decía, supiéramos construirlo.
Con un espíritu aventurero, similar al de los mejores del Renacimiento portugués, «investigador de artes, almas, ideas e ideales», el luso-brasileño Agostinho da Silva sembró su asombrosa erudición a ambos lados del Atlántico, llevándola a buen puerto. Fundó varios centros de estudio en todo el mundo y durante sus 25 años en Brasil ayudó a crear instituciones de enseñanza superior, como la Universidad de Brasilia, donde estableció el Centro Brasileño de Estudios Portugueses. De forma ininterrumpida, hizo presente en su pensamiento poético una «generosa teoría de la civilización» en la fuerza del destino, lo que se traduce en su referencia moral en el panorama lusófono contemporáneo: un poeta vagabundo para siempre.